Un camión bomba talibán contra una sede de inteligencia deja veinte muertos
Horas tensas en Afganistán, tras dos matanzas de signo distinto, con decenas de víctimas civiles y cruce de acusaciones. La más sangrienta fue provocada anteanoche por un avión estadounidense, que mató por error a más de cuarenta jornaleros en la provincia de Nangarhar.
Las víctimas, muchas de ellas procedentes de otras provincias, habían terminado su jornada laboral en los pinares y se recogían en cinco grandes tiendas de campaña alrededor de una hoguera. El lanzamiento de misiles por parte de un dron convirtió el fuego de campo en una pesadilla dantesca. El traslado de las decenas de heridos y de cadáveres a la capital provincial, Jalalabad, provocó manifestaciones de indignación. En dicha ciudad del este de Afganistán se encuentra uno de los aeródromos desde donde despegan los drones estadounidenses, aunque hay otros, como el operado por la CIA en Camp Chapman, en Khost.
Desde nevada
Washington no pide disculpas tras matar a 363 civiles afganos con drones en seis meses
Los supervivientes aseguraban haber avisado a las autoridades de su labor, a sabiendas de que se trata de una zona en guerra. Algo que poco importa al software de observación por satélite, programado para identificar como diana terrorista cualquier reunión de hombres llegados en camionetas. Y si Obama multiplicó los bombardeos con drones, Trump ha simplificado los controles para llevarlos a cabo.
En cualquier caso, el Gobierno de Washington no ha pedido hasta ahora disculpas por la salvajada. Un portavoz militar, coronel Sonny Legget, se ha limitado ha declarar que estaban al corriente de las alegaciones, que las estaban investigando y que su objetivo era el Estado Islámico.
La guerra de aviones no tripulados también tiene sus pilotos. Estos se sientan en la base aérea de Creech, en Nevada, en una sala sin ventanas, junto a una autopista, a trece mil kilómetros de Kabul. Allí pilotos de la Fuerza Aérea de EE.UU., frente a una pantalla y una consola, se dedican a matar afganos, sin correr ningún riesgo. Llevan cientos en lo que llevamos de año, de los cuales la ONU ha identificado 363 civiles, sólo en los seis primeros meses.
Civiles
El atentado talibán provocó varias víctimas en el hospital vecino a su objetivo
Los objetivos son a menudo seleccionados sobre el terreno por la Agencia Nacional de Seguridad afgana, por la CIA o por las milicias a sueldo de esta, singularmente la Fuerza de Protección de Jost y la Unidad 02. Esta última mató hace algunas semanas a cinco comandantes talibanes en el mismo distrito de la matanza de ayer, no muy lejos de las famosas cuevas de Tora Bora. La noche anterior había habido fuertes combates a algunos kilómetros entre el Emirato Islámico de Afganistán –los talibanes– y el Estado Islámico del Gran Jorasán.
Porque en esta provincia fronteriza con la zona tribal de Pakistán hay una guerra dentro de la guerra, que enfrenta a los talibanes contra la franquicia de Daesh. Esta irrumpió hace cuatro o cinco años y hace tres llegó a desplazar a los talibanes de la frontera de Nangarhar. No en vano, la mayoría de ellos son mercenarios pastunes, antes afiliados a una escisión de Tehrik-e-Taliban Pakistán, junto a algunos elementos centroasiáticos y árabes. Los pastunes locales nunca los vieron con buenos ojos y ahora los talibanes están recuperando terreno.
Asimismo, los talibanes atentaron ayer contra su objetivo predilecto, la Agencia de Seguridad Nacional, en la pequeña ciudad de Qalat. El edificio de la agencia de espionaje fue completamente arrasado por el camión bomba de un suicida. Pero la explosión afectó también a los edificios vecinos, como la oficina del gobernador y, especialmente, a un hospital. Varios familiares de pacientes que se encontraban en los accesos estarían entre los veinte muertos y casi cien heridos.
La matanza llega apenas quince días después de que el jefe del espionaje afgano, Masum Stanekzai, fuera forzado a dimitir por el presidente Ashraf Gani, el mismo día en que una operación de la unidad 02 contra el EI matara a cuatro hermanos inocentes, con gran clamor popular.
Dos días después, Donald Trump anunciaba que suspendía las negociaciones con los talibanes, a los que ese mismo fin de semana había querido invitar a Camp David. Cierto es que Gani, ninguneado en dicho diálogo, había hecho todo lo posible por boicotearlo.
El presidente de EE.UU. y su secretario de Estado se vengaban ayer, despachándose contra la corrupción del Gobierno de Gani y retirándole 160 millones de dólares de ayuda por “falta de transparencia en su gestión”.
Kabul sigue adelante con los planes de celebrar comicios presidenciales la semana que viene.